Per San Vicent de la Roda, el dia ja allarga un hora” Conocido
popularmente como Sant Vicent de la Roda, debido a que su cadáver fue
arrojado al mar atado a una rueda de molino que milagrosamente flotó
devolviendolo a la costa, este santo es el
actual co-patrón de la ciudad
de València, donde murió martirizado por los romanos en el año 304. De
entre los actos celebrados con motivo de su festividad destacan la
conmemoración del bautizo del otro santo Vicente de la ciudad, Sant
Vicent Ferrer, en la iglesia de San Esteban, y la procesión de la tarde,
en la que participan las imágenes de los dos santos. Cerca de València,
en la comarca de la Ribera Alta, Guadassuar celebra desde el fin de
semana anterior su tradicional Fira de Sant Vicent con gran cantidad de
actos lúdicos y festivos, entre los que cabe mencionar la “Cabalgata del
Reparto de la Carne”, en la que participan los Gegants i Nanos, y en la
que un gran número de carrozas, simbolizando la antigua costumbre de
repartir carne este día a los pobres, regalan a los asistentes dulces,
mistela y puros.
Al pasar Daciano por
Barcelona, sacrifica a San Cucufate y a la niña Santa Eulalia. El cuerpo de
Vicente es desgarrado con uñas metálicas. Mientras lo torturaban, el juez
intimaba al mártir a la abjuración. Vicente rechazaba indignado tales
ofrecimientos. "Te engañas, hombre cruel, si crees afligirme al destrozar mi
cuerpo. Hay alguien dentro de mí que nadie puede violar: un ser libre, sereno.
Tú intentas destruir un vaso de arcilla, destinado a romperse, pero en vano te
esforzarás por tocar lo que está dentro, que sólo está sujeto a Dios". Daciano,
desconcertado y humillado ante aquella actitud, le ofrece el perdón si le
entrega los libros sagrados. Pero la valentía del mártir es inexpugnable.
Exasperado de nuevo el Prefecto, mandó aplicarle el supremo tormento, colocarlo
sobre un lecho de hierro incandescente. Nada puede quebrantar la fortaleza del
mártir que, recordando a su paisano San Lorenzo, sufre el tormento sin quejarse
y bromeando entre las llamas. Lo arrojan entonces a un calabozo siniestro,
oscuro y fétido "un lugar más negro que las mismas tinieblas", dice Prudencio.
Luego presenta el poeta un coro de ángeles que vienen a consolar al mártir.
Iluminan el antro horrible, cubren el suelo de flores, y alegran las tinieblas
con sus armonías. Hasta el carcelero, conmovido, se convierte y confiesa a
Cristo.
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