La
Guerra de Sucesión Española fue un conflicto internacional que duró desde 1701 hasta la firma del tratado de Utrecht en 1713, que tuvo como causa fundamental la muerte sin descendencia de Carlos II de España, último representante de la Casa de Habsburgo, y que dejó como principal consecuencia la instauración de la Casa de Borbón en el trono de España En el interior de España la Guerra de Sucesión evolucionó hasta convertirse en una guerra civil entre borbónicos, cuyo principal apoyo lo encontraron en la Corona de Castilla, y austracistas, mayoritarios en la Corona de Aragón, cuyos últimos rescoldos no se extinguieron hasta 1714 con la capitulación de Barcelona y 1715 con la capitulación de Mallorca ante las fuerzas del rey Felipe V de España. Para la Monarquía Hispánica las principales consecuencias de la guerra fueron la pérdida de sus posesiones europeas y la desaparición de la Corona de Aragón, lo que puso fin al modelo «federal» de monarquía, o «monarquía compuesta», de los Habsburgo españoles.
Los tratados de partición de los territorios de la «monarquía católica» de Carlos II
El último rey de España de la
casa de Habsburgo,
Carlos II el Hechizado,
debido a su esterilidad y enfermedad, no pudo dejar descendencia.
Durante los años previos a su muerte –que acaeció en noviembre de 1700–
la cuestión sucesoria se convirtió en asunto internacional e hizo
evidente que España constituía un botín tentador para las distintas
potencias europeas.
Tanto el
rey Luis XIV de Francia, de la
Casa de Borbón como el
emperador Leopoldo I del
Sacro Imperio Romano Germánico, de la
Casa de Habsburgo alegaban derechos a la sucesión española, debido a que ambos estaban casados con infantas españolas hijas de
Felipe IV y asimismo, las madres de ambos eran hijas de
Felipe III.
El
Gran Delfín de
Francia, hijo primogénito y único superviviente de Luis XIV, a través de su madre,
María Teresa de Austria,
hermana mayor de Carlos II, parecía ser el descendiente del "rey
católico" con más derechos a la corona española ya que tanto la madre
como la esposa de Luis XIV,
Ana de Austria y
María Teresa de Austria respectivamente, eran mayores que sus respectivas hermanas,
María de Austria y
Margarita de Austria,
madre y esposa del emperador Leopoldo. Sin embargo, en contra suya
jugaba el hecho de que tanto Ana de Austria, madre de Luis XIV, como
María Teresa de Austria,
esposa de Luis XIV y madre del Gran Delfín, habían renunciado a sus
derechos sucesorios a la Corona de España, por ellas y por sus
descendientes.
7
Además, como heredero también al trono francés, la reunión de ambas
coronas hubiese significado, en la práctica, la unión de España –y su
vasto imperio– y Francia bajo una misma dirección, en un momento en el
que Francia era lo suficientemente fuerte como para poder imponerse como
potencia hegemónica.
Por su parte los hijos del emperador Leopoldo I, primo hermano de
Carlos II, tenían un parentesco menor que el Gran Delfín ya que su madre
no era española sino la alemana
Leonor de Neoburgo,
así que, como ha señalado Joaquim Albareda, "en términos legales la
cuestión sucesoria era enrevesada, ya que ambas familias [Borbones y
Austrias] podían reclamar derechos a la corona [española]".
8
Por otro lado, las otras dos grandes potencias europeas,
Inglaterra y los
Países Bajos,
veían con preocupación la posibilidad de la unión de las Coronas
francesa y española a causa del peligro que para sus intereses supondría
la emergencia de una potencia de tal orden. También ofrecían problemas
los hijos de Leopoldo I, puesto que la elección de alguno de los dos
como heredero supondría la resurrección de un imperio semejante al de
Carlos I de España del
siglo XVI (deshecho por la división de su herencia entre su hijo
Felipe II de España y su hermano
Fernando I de Habsburgo). Un temor compartido por Luis XIV que no quería que volviese a repetirse la situación de los tiempos de
Carlos I de España,
en la que el eje España-Austria aisló fatalmente a Francia. Así que
tanto Inglaterra como los Países Bajos apoyaron una tercera opción, que
también era bien vista por la corte española, la del hijo del
Elector de Baviera,
José Fernando de Baviera,
bisnieto de Felipe IV y sobrino nieto del rey Carlos II. Aunque tanto
Luis XIV como Leopoldo I estaban dispuestos a transferir sus
pretensiones al trono a miembros más jóvenes de su familia –Luis al hijo
más joven del Delfín,
Felipe de Anjou, y Leopoldo a su hijo menor, el
Archiduque Carlos–,
la elección del candidato bávaro parecía la opción menos amenazante
para las potencias europeas. Así que el rey Carlos II nombró a José
Fernando de Baviera como su sucesor.
Para evitar la formación de un bloque hispano-alemán que ahogara a Francia, Luis XIV auspició el
Primer Tratado de Partición, firmado en
La Haya en
1698, a espaldas de España. Según este tratado, a José Fernando de Baviera se le adjudicaban los reinos peninsulares (exceptuando
Guipúzcoa),
Cerdeña, los
Países Bajos españoles y las colonias americanas, quedando el
Milanesado para el Archiduque Carlos y
Nápoles,
Sicilia, los
presidios de Toscana y
Finale y
Guipúzcoa
para el Delfín de Francia, como compensación por su renuncia a la
corona hispánica. El problema surgió cuando José Fernando de Baviera
murió prematuramente en 1699, lo que llevó al
Segundo Tratado de Partición,
también a espaldas de España. Bajo tal acuerdo el archiduque Carlos era
reconocido como heredero, pero dejando todos los territorios italianos
de España, además de Guipúzcoa, a Francia. Si bien Francia, los Países
Bajos e Inglaterra estaban satisfechas con el acuerdo, Austria no lo
estaba y reclamaba la totalidad de la herencia española. Tampoco fue
aceptado por la corte española, encabezada por el
cardenal Portocarrero, porque además de imponer un heredero suponía la desmembración de los territorios de la Monarquía.
El comienzo de la guerra (1701-1705)
rimeras acciones bélicas
Como rey de España Felipe V poseía el
ducado de Milán y junto con Francia estaba aliado con varios príncipes italianos, como
Víctor Amadeo II de Saboya36 y
Carlos III, duque de Mantua,
37 , por lo que las tropas francesas ocuparon casi todo el norte de Italia hasta el lago de
Garda. El príncipe
Eugenio de Saboya,
al mando de las tropas del emperador austriaco, dio comienzo a las
hostilidades en 1701, sin declaración de guerra, batiendo al mariscal
francés
Nicolas Catinat en la
batalla de Carpi, así como a su sucesor el mariscal
duque de Villeroy en la
batalla de Chiari, pero no consiguió tomar
Milán por problemas de suministros. A comienzos de
1702 el primer ataque lo lanzaron las tropas austriacas contra la ciudad de
Cremona, en
Lombardía, haciendo prisionero a Villeroy (
batalla de Cremona). Su puesto lo ocupó el
duque de Vendôme,
que rechazó las tropas invasoras del ejército del príncipe Eugenio de
Saboya. Los partidarios del emperador Leopoldo I atacaron primero a los
Electores de
Colonia y
Brunswick,
que se habían puesto del lado de Luis XIV de Francia, ocupando dichos
principados. También deseaban impedir que se unieran las fuerzas
francesas con las del Elector de Baviera, para lo cual reclutaron un
ejército al mando del margrave
Luis Guillermo de Baden, que tomó posiciones en el
Rin superior frente a las fuerzas francesas mandadas por el mariscal
Villars. El margrave de Baden conquistó el 9 de septiembre de 1702
Landau, en
Alsacia, y el 14 de octubre de
1702 se volvieron a enfrentar ambos ejércitos en la
batalla de Friedlingen,
de la que ninguno salió vencedor pero tuvo como consecuencia que los
franceses retrocedieran detrás del Rin y no pudieran unirse con los
bávaros. Más al norte, el mariscal Tallard ocupó de nuevo todo el
ducado de Lorena y la ciudad de
Tréveris.
Estimulado por su abuelo, en 1702 Felipe V desembarcó cerca de
Nápoles pacificando el
Reino de las Dos Sicilias en un mes, tras lo cual reembarcó hacia
Finale.
De ahí fue a Milán, siendo recibido con entusiasmo también allí e
incorporándose a comienzos de julio al ejército del duque de Vendôme
cerca del
río Po. La primera batalla tuvo lugar en
Santa Vittoria y supuso la destrucción del ejército del general
Visconti por las tropas franco-españolas, a la que siguió un sangriento intento de desquite en la
batalla de Luzzara.
Su comportamiento en estas batallas fue brillante, rayando lo
temerario. Sumido en un nuevo acceso de su enfermiza melancolía, se
reembarcó y regresó a España, pasando por
Cataluña y
Aragón y haciendo entrada triunfal en
Madrid el
13 de enero de
1703.
A su regreso le esperaban las malas noticias de que la Dieta imperial
le había declarado la guerra a él y a su abuelo como usurpadores del
trono español. El ejército del
duque de Borgoña tuvo que retirarse ante la superioridad del
duque de Marlborough (protagonista de la canción infantil
Mambrú se fue a la guerra), perdiéndose
Raisenwertz,
Vainloo,
Rulemunda,
Senenverth,
Maseich,
Lieja y
Landau en Alsacia. Contrarrestaron un poco esto los éxitos del Elector de Baviera (aliado de la causa borbónica) tomando
Ulm y Memmingen.
Los aliados llevan la guerra a la península
Una de las principales preocupaciones de los
aliados
era conseguir una base naval en el Mediterráneo para las flotas inglesa
y holandesa. Su primera tentativa fue tomar Cádiz en agosto de 1702,
pero fracasó.
38 En la
batalla de Cádiz
un ejército aliado de 14 000 hombres desembarcó cerca de esa ciudad en
un momento en que no había casi tropas en España. Se reunieron a toda
prisa, recurriéndose incluso a fondos privados de la esposa de Felipe V,
la reina
María Luisa Gabriela de Saboya (que en el futuro sería conocida afectuosamente por los castellanos como «la Saboyana»), y del cardenal
Luis Manuel Fernández de Portocarrero. Sorprendentemente este ejército aliado fue rechazado, triunfando la defensa española.
Antes de reembarcar el 19 de septiembre, las tropas aliadas se dedicaron al pillaje y al saqueo del
Puerto de Santa María y de
Rota, lo que sería utilizado por la propaganda borbónica –según el felipista
Marqués de San Felipe los soldados «
cometieron
los más enormes sacrilegios, juntando la rabia de enemigos a la de
herejes, porque no se libraron de su furor los templos y las sagradas
imágenes»– e hizo imposible que Andalucía se sublevara contra Felipe V tal como tenían planeado los
austracistas castellanos encabezados por el
almirante de Castilla.
39
Otra de las preocupaciones de los aliados era interferir las rutas transatlánticas que comunicaban España con su
Imperio en América, especialmente atacando la
flota de Indias
que transportaba metales preciosos que constituían la fuente
fundamental de ingresos de la Hacienda de la Monarquía española. Así en
octubre de 1702 las flotas inglesa y holandesa avistaron frente a las
costas de Galicia a la flota de Indias que procedía de
La Habana, escoltada por veintitrés navíos franceses, que se vio obligada a refugiarse en la
ría de Vigo. Allí fue atacada el 23 de octubre por los barcos aliados durante la
batalla de Rande infligiéndole importantes pérdidas, aunque la práctica totalidad de la plata fue desembarcada a tiempo.
40 Fue conducida primero a
Lugo y más tarde al alcázar de
Segovia.
Uno de los principales giros de la guerra tuvo lugar en el verano de 1703, cuando el
reino de Portugal y el
ducado de Saboya
se sumaron a los restantes estados que componían el Tratado de La Haya,
hasta entonces formada únicamente por Inglaterra, Austria y los Países
Bajos. El duque de Saboya, a pesar de ser el padre de la esposa de
Felipe V, firmó el
Tratado de Turín y
Pedro II de Portugal, que en 1701 había firmado un
tratado de alianza con los borbones, negoció con los aliados el cambio de bando a cambio de concesiones a costa del
Imperio español en América, como la
Colonia de Sacramento, y de obtener ciertas plazas en Extremadura –entre ellas
Badajoz– y en Galicia –que incluía
Vigo–. Así el 16 de mayo de 1703 se firmó el
Tratado de Lisboa que convirtió a Portugal en una excelente base de operaciones terrestres y marítimas para el bando austracista.
41
La entrada en la
Gran Alianza de Saboya y, sobre todo, de Portugal dio un vuelco a las aspiraciones de la
Casa de Austria,
que ahora veía mucho más cercana la posibilidad de instalar en trono
español a uno de sus miembros. Así el 12 de septiembre de 1703 el
emperador Leopoldo I proclamó formalmente a su segundo hijo, el
archiduque Carlos de Austria, como "
Rey Carlos III de España",
renunciando al mismo tiempo en nombre suyo y de su primogénito a los
derechos a la corona hispánica, lo que hizo posible que Inglaterra y
Holanda reconocieran a
Carlos III como rey de España. A partir de aquel momento había formalmente dos reyes de España.
42
El
4 de mayo de
1704 el archiduque Carlos desembarcó en Lisboa contando con el favor del rey
Pedro II de Portugal. La causa «carlista» (como fue llamándose, aunque no está relacionada con las
Guerras Carlistas) iba ganando adeptos. El rey Pedro II publicó un manifiesto en el que justificaba su decisión de retirar su apoyo a Felipe V.
43
Carlos III llegó a Lisboa al frente de una flota angloholandesa que
contaba con 4 000 soldados ingleses y 2 000 holandeses, a los que
sumaron 20 000 portugueses pagados por las dos potencias marítimas. En
Santarém Carlos proclamó su propósito de «
liberar a nuestros amados y fieles vasallos de la esclavitud en que los ha puesto el tiránico gobierno de la Francia» que pretende «
reducir los dominios de España a provincia suya». Permaneció en Lisboa hasta el 23 de julio de 1705.
44
El archiduque efectuó un intento de invasión por el valle del
Tajo, en
Extremadura,
con un ejército anglo-holandés que fue rechazado por el ya considerable
ejército real de 40.000 hombres, a las órdenes de Felipe V desde marzo,
y que posteriormente recibiría refuerzos franceses al mando de
James Fitz-James, I duque de Berwick, un general brillante de origen inglés. Un segundo intento anglo-portugués tratando de tomar
Ciudad Rodrigo también fue rechazado.
A British Man of War before the Rock of Gibraltar, obra de Thomas Whitcombe.
Por su parte Inglaterra había apostado por el dominio de los mares
desde hacía mucho tiempo, y en realidad lo que deseaba era el desgaste
de los dos contendientes, así como el reparto de los territorios
españoles para poder obtener puntos estratégicos para su comercio y
obtener los máximos beneficios. En 1704,
sir George Rooke y
Jorge de Darmstadt llevaron a cabo el
desembarco de Barcelona, empresa que se convirtió en fracaso debido a que las instituciones catalanas, a pesar de sus simpatías por la causa
austracista, no encabezaron ninguna rebelión. Sin embargo, de regreso, la flota
asedió Gibraltar, la cual estaba defendida sólo por 500 hombres, la mayoría milicianos, al mando de don
Diego de Salinas.
Gibraltar se rindió honrosamente el 4 de agosto de 1704 al
Príncipe de Darmstadt
tras dos días de lucha –es decir, se rindió a tropas bajo la bandera de
un autoproclamado rey español, Carlos III de Habsburgo– y el príncipe
asumió el cargo de gobernador de la plaza.
Una flota francesa al mando del
conde de Toulouse
intentó recuperar Gibraltar pocas semanas después enfrentándose a la
flota angloholandesa al mando de Rooke el 24 de agosto a la altura de
Málaga. La
batalla naval de Málaga
fue una de las mayores de la guerra. Duró trece horas pero al amanecer
del día siguiente la flota francesa se retiró, con lo que Gibraltar
continuó en manos de los aliados. Así que finalmente consiguieron lo que
habían venido intentando desde el fracaso de la
toma de Cádiz en agosto de 1702: una base naval para las operaciones en el Mediterráneo de las flotas inglesa y holandesa.
44
En el mismo mes en que se produjo la toma de Gibraltar, los aliados conseguían en la
batalla de Blenheim (
Baviera)
una de sus mayores y más decisivas victorias de la guerra. En la
batalla que tuvo lugar el 13 de agosto de 1704 se enfrentaron un
ejército francobávaro de 56 000 hombres al mando del conde Marcin y de
Maximiliano II Manuel de Baviera y un ejército aliado compuesto por 67 000 soldados imperiales, ingleses y holandeses al mando del
duque de Malborough.
El combate duró 15 largas horas al final del cual el ejército borbónico
sufrió una derrota total: tuvo 34 000 bajas y 14 000 soldados fueron
hechos prisioneros. Los aliados por su parte perdieron 14 000 hombres
entre muertos y heridos. El
Elector de Baviera se refugió en los
Países Bajos españoles
mientras su Estado era ocupado y administrado por los austríacos –y así
permanecería hasta el final de la guerra–, con lo que Luis XIV perdía a
su principal aliado en el centro de Europa. Según la mayoría de los
historiadores la victoria de Blenheim puso fin a "cuarenta años de
supremacía militar francesa en el continente". "A partir de aquel
momento Luis XIV se enfrentaba a un escenario bélico claramente
adverso".
El final del conflicto (1711-1714)
Hacia la paz de Utrecht
Luis XIV y sus herederos (hacia 1710). De izquierda a derecha:
Luis, duque de Bretaña, vestido de niña; el
Gran Delfín, hijo de Luis XIV; Luis XIV, sentado;
Luis duque de Borgoña, hijo del Gran Delfín y padre del duque de Bretaña.
El 17 de abril de
1711 murió el emperador
José I de Habsburgo, siendo su sucesor su hermano el archiduque Carlos. Tres días antes había fallecido
Luis de Francia,
apodado el «Gran Delfín» y padre de Felipe V, lo que colocaba a éste en
una posición aún más cercana a la sucesión de Luis XIV, teniendo
todavía por delante a su hermano mayor, el duque de Borgoña y al hijo de
este, un niño débil a quien todos auguraban una muerte temprana,
llamado
Luis, en este momento duque de Anjou, al dejar Felipe el ducado vacante, y que finalmente sería quien reinaría como
Luis XV.
Estos decesos dieron un giro a la situación. La posible unión de España
con Austria en la persona del archiduque podía ser más peligrosa que la
unión España-Francia: suponía la reaparición del bloque hispano-alemán
que tan perjudicial había sido a los otros países en los tiempos del
emperador Carlos V. Los demás estados europeos, y sobre todo Inglaterra,
aceleraron las negociaciones de cara a una posible paz cuanto antes,
ahora que la situación les era conveniente, y comenzaron a ver las
ventajas de reconocer a Felipe V como rey español. Para su suerte,
Francia estaba exhausta, lo que la hacía más proclive a las
negociaciones. El pacto de Luis XIV con Inglaterra se produjo en
secreto. Inglaterra se comprometía a reconocer a Felipe V a cambio de
conservar Gibraltar y
Menorca y ventajas comerciales en
Hispanoamérica. Las conversaciones formales se abrieron en
Utrecht en enero de 1712, sin que España fuese invitada a las mismas en este momento.
En febrero de 1712 moría el duque de Borgoña, quedando sólo Luis, al
cual todos consideraban como incapaz. Luis XIV deseaba nombrar regente a
su hijo Felipe, pero los ingleses pusieron como condición indispensable
para la paz que las dos coronas de España y Francia quedaran separadas.
El que ocupara uno de los reinos debía forzosamente renunciar al otro.
En España se produjeron por aquellos días escaramuzas sin importancia,
aunque se reafirmó el apoyo de Barcelona a Isabel Cristina, la esposa
del Archiduque Carlos, entonces ya Emperador Carlos VI del Sacro
Imperio, que se había quedado en la ciudad en calidad de regente y como
garantía de que su marido no renunciaba a sus pretensiones sobre el
trono español. En el escenario europeo se produjo el 24 de julio la
derrota del príncipe
Eugenio de Saboya en la
batalla de Denain, lo que permitió a los franceses recuperar varias plazas. Finalmente Felipe V hizo pública su decisión. El
9 de noviembre de
1712
pronunció ante las Cortes su renuncia a sus derechos al trono francés,
mientras los otros príncipes franceses hacían lo mismo respecto al
español ante el parlamento de París, lo cual eliminaba el último punto
que obstaculizaba la paz.
59
El Tratado de Utrecht
El 11 de abril de 1713 se firmó el primer
Tratado de Utrecht entre la Monarquía de Gran Bretaña y otros estados
aliados y la Monarquía de Francia, que tuvo como consecuencia la tan temida partición de los estados de la
Monarquía Hispánica que
Carlos II y sus consejeros habían querido evitar. Los
Países Bajos católicos (correspondientes aproximadamente a las actuales
Bélgica y
Luxemburgo), el
reino de Nápoles,
Cerdeña y el
ducado de Milán quedaron en manos del ahora ya emperador
Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el
reino de Sicilia
pasó al duque de Saboya (aunque en 1718 lo intercambiaría con Carlos VI
por la isla de Cerdeña). El 10 julio se firmó un segundo
Tratado de Utrecht entre las Monarquías de Gran Bretaña y de España según el cual
Menorca y
Gibraltar pasaban a la Corona británica —la Monarquía de Francia ya le había cedido en América la
Isla de Terranova, la
Acadia, la
isla de San Cristóbal, en las
Antillas, y los territorios de la
bahía de Hudson—. A eso hay que sumar los privilegios que obtuvo Gran Bretaña en el mercado de
esclavos, mediante el
derecho de asiento, y el
navío de permiso, en las Indias españolas.
El Imperio Austria se había quedado fuera de esta paz, ya que Carlos
VI no renunciaba al trono español, y la emperatriz austríaca seguía en
Barcelona. Las cesiones españolas al Sacro Imperio Romano Germánico no
se harían efectivas hasta que Carlos VI del Sacro Imperio Romano
Germánico renunciase a sus pretensiones. Esto sucedió en dos fases,
primero con la paz entre el Imperio y la Monarquía de Francia en el
Tartado de Rastadt el
6 de mayo de
1714, confirmado en el
Tratado de Baden de septiembre, y, definitivamente, por el
Tratado de Viena (1725),
firmado por los plenipotenciarios de Felipe V y Carlos VI. Como
consecuencia de este último tratado pudieron regresar a España y
recuperar sus bienes la nobleza
austracista que se había exiliado en Viena, entre los que destacaban el
duque de Uceda y los condes de
Galve,
Cifuentes,
Oropesa y
Haro.
Al intentar hacer un balance de vencedores y vencidos en el momento
del tratado de Utrecht es un poco difícil hablar en términos absolutos.
Gran Bretaña puede considerarse vencedora, ya que se hizo con
estratégicas posesiones coloniales y puertos marítimos que fueron la
base de su supremacía futura y del
Imperio británico. El ducado de Saboya recibió ampliaciones que lo transformaron en el
Reino de Piamonte. El electorado de
Brandeburgo se extendería transformándose en el
Reino de Prusia. El lote italiano del
Imperio español pasó a manos del emperador austríaco Carlos VI, aunque se recuperaría
de facto el Reino de Nápoles en 1734 tras la
Batalla de Bitonto (un episodio de la
Guerra de Sucesión polaca). Es de reseñar también la pérdida de
Orán y
Mazalquivir en
1708 a manos del
Imperio otomano, consecuencia indirecta de la guerra al no poder trasladarse tropas de refuerzo a esta ciudad por estar combatiendo en Europa.
El Principado de Cataluña sigue resistiendo (1713-1714)
Tras la repentina muerte de su hermano, el archiduque Carlos fue
elegido emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico en septiembre de
1711. Esto le obligó a trasladarse a
Fráncfort
para su coronación como emperador con el título de Carlos VI y en
consecuencia abandonar Cataluña, si bien dejó como regente a su esposa,
la emperatriz
Isabel Cristina de Brunswick. Cataluña esperaba que sus leyes e instituciones propias fuesen preservadas según lo acordado en el
Pacto de Génova de 1705 firmado por los representantes del
Principado
y de la reina Ana de Inglaterra. Así, cuando en 1712 comenzaron las
negociaciones de paz en Utrecht, Gran Bretaña planteó a Felipe V el "
caso de los catalanes"
y le pidió que conservase los fueros, a lo cual éste se negó, aunque
prometió una amnistía general. Los ingleses no insistieron, puesto que
tenían prisa por que se firmase el tratado y disfrutar de las enormes
ventajas que les proporcionaba. Al conocer este acuerdo y presionada por
Gran Bretaña, Austria accedió secretamente a un armisticio en Italia y
confirmó el
convenio sobre la evacuación de sus tropas de Cataluña. Finalmente la emperatriz también se embarcó en marzo de
1713, oficialmente para «
asegurar la sucesión»
del trono austríaco, quedando como virrey el príncipe Starhemberg, en
realidad con la única misión de negociar una capitulación en las mejores
condiciones posibles, pero ni siquiera esto se consiguió dado que
Felipe V no aceptaba el mantenimiento de los
fueros
catalanes. Por otra parte, el Tratado de Utrecht únicamente había
incluido una cláusula por la que se concedía una amnistía general a los
catalanes y que gozarían de los mismos privilegios que sus súbditos
castellanos, pero no los suyos propios.
El gobierno catalán se componía entonces de tres instituciones, los
Tres Comunes de Cataluña: el
Consejo de Ciento que se encargaba de la ciudad de Barcelona, la
Diputación General o Generalitat, de atribuciones sobre todo tributarias sobre el conjunto del territorio, y el
Brazo militar de Cataluña.
El 22 de junio de 1713 el príncipe Starhemberg comunicó a los catalanes
que había llegado a un acuerdo con el general borbónico en el llamado
convenio del Hospitalet para la evacuación de las tropas, y como garantía les había entregado
Tarragona.
Tras ello, se embarcó secretamente junto con sus soldados, dejando a
Cataluña a su suerte. En Barcelona se formó la Junta de Brazos de las
Cortes, la cual decidió una defensa numantina. Mientras tanto el
comandante borbónico, el
duque de Popoli,
sometía las ciudades circundantes y terminó pidiendo la rendición de la
propia Barcelona, a lo que ésta se negó. Entonces Popoli inició un
bloqueo marítimo, no demasiado eficaz, ya que era burlado por Mallorca,
Cerdeña e Italia. En los siguientes meses se produjeron levantamientos
en el campo, que fueron rápidamente sofocados. En marzo de 1714 se firmó
el
Tratado de Rastatt, confirmado en septiembre por el
Tratado de Baden, lo que suponía el abandono definitivo de Carlos VI. El emperador envió una carta a la
Diputación General de Cataluña
en la que les explicaba que había firmado el tratado de Rastatt
obligado por las circunstancias y que todavía mantenía el título de rey
de España.
La batalla del 11 de septiembre de 1714
Asalto final sobre Barcelona del 11 de septiembre de 1714.
Felipe V, tras superar la muerte de su mujer, volvió exigir la
rendición de Barcelona que fue rechazada por los resistentes encabezados
por el general
Antonio de Villarroel y por el
conseller en cap Rafael Casanova.
La ciudad había sido asediada por un ejército de 40.000 hombres y 140
cañones, y Felipe V respondió iniciando el bombardeo. El asedio continuó
durante dos meses (previamente había sufrido nueve meses de dudoso
bloqueo marítimo). El 11 de septiembre de
1714
el mariscal de Berwick ordenó el asalto; la defensa de los catalanes
fue «obstinada y feroz», tal como recordaba el marqués de San Felipe,
60 y en la lucha cayó herido gravemente
61 el
Conseller en cap (Consejero primero del
Consejo de Ciento de Barcelona),
Rafael Casanova cuando lideraba el contraataque contra las tropas borbónicas
62 63 blandiendo la bandera de
Santa Eulalia para enardecer a los defensores.
64
En una última llamada a la población barcelonesa, los Tres Comunes de Cataluña
65 ordenaron publicar el siguiente bando considerado por el historiador
catalanista y fundador del
Centre Català José Coroleu e Inglada y
José Pella y Forgas "el documento más importante de los anales de aquella guerra" porque en la Ciudad Condal, "
último baluarte de las antiguas libertades de la Península, finía la independencia nacional de una raza,
los habitantes de la Corona de Aragón, en otros tiempos indomable,
lanzando con los últimos alientos de su vida su testamento político en
digna y solemne justificación de su historia y protesta de su conducta
para los venideros siglos en esta forma sublime" y del cual se adjunta copia de la traducción en español del original catalán: